
Me apropio, concientemente, del título de una novela de la francesa Francoise Sagan. Lo confieso, he vivido prácticamente desde mi juventud con dos compañeras eternas, la depresión y la ansiedad.
Cuando mis amigos me preguntan qué se siente, no sé por qué pienso en el Mito de Sisifo. Este último, recordando a su némesis Prometeo, fue condenado por los dioses, culpado de sus travesuras, a perder la vista y a empujar una pesada roca cuesta arriba hasta la cima de una montana, para después dejarla caer; entonces debía bajar a recogerla para empujarla de nuevo hacia arriba… perpetuamente.
Escribo estas líneas y las dedico a los pocos que me leen y que, como yo, sufren de no haber salido favorecidos en la lotería genética. Cuando muchos hablan de la depresión, tal vez sin verdaderamente sentirla, hablan del color negro. El mismo Churchill, que sufría de esta, la llamaba su “black dog”(perro negro). Para mí es blanca, tan blanca y luminosa que encandila, enceguese y esconde los sentimientos y las esperanzas. Y qué decir de la ansiedad. Es como una cuchilla que rasga, con angustia, cada minuto, cada hora del día.
Hace algunos años recuerdo haber leído una carta de un padre acongojado , dirigida al Washington Post, cuya hija adolescente de 15 o 16 años, se había suicidado. Lo que más le dolía, aparte de la enfermedad mental de su hija, es cómo el público se refiere a los que la adolecen. La gente nombra : es bipolar, es esquizofrénica, es depresiva. Sin embargo, al tratarse de otras enfermedades, nadie dice: es cáncer, es pulmonía, es gripe. Y, precisamente, allí empieza el estigma.
Pienso que la ciencia ha adelantado mucho en la cura de otras enfermedades, mas no de las mentales. Como dice Joaquín Phoenix en El Joker: “la peor parte de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes como si no la tuvieras”. Sí, ha habido quiméricos adelantos. Lo último que he leído es que unos científicos de la Universidad de Toronto han descubierto que el bloqueo de un par de receptores cerebrales de la dopamina, un neurotransmisor, podría servir para contrarrestar la depresión. La Universidad de Texas y el Southwestern Medical Center creen que también han encontrado nuevas formas de tratar la depresión. Se enfocan en la Ghrelina, la llamada hormona del hambre, que puede tener efectos anti-depresivos dentro del cerebro. Esta hormona provoca la formación de nuevas hormonas en el hipocampo, conocidas como neurogénesis, que reducen los niveles de stress. Hasta ahora , casi todo esto en ratones de laboratorio.
Otros psiquiatras han descubierto que la Ketamina, llamada locuazmente como el tranquilizador de caballos, puede combatir la depresión. El Journal of Psychopharmacology asegura que al ser administradas bajas dosis de Ketamina (80mg), 8 de cada de 20 pacientes experimentaron mejorías.
Hace como 25 años empezaron a estar de moda los medicamentos inhibidores de la recaptación de la serotonina(ISRS), que al bloquear la reabsorción de serotonina en el cerebro, hace que este compuesto esté más disponible y así alivie los síntomas de la depresión. La serotonina es un importante neurotransmisor que ayuda a regular el estado de ánimo. Así, el FDA aprobó anti-depresivos ampliamente conocidos, como Celexa, Lexapro, Prozac (¿recuerdan la Edad de Oro de este medicamento?), Paxil, Zoloft, etc.
Podemos mencionar las psicoterapias. Ahora la de moda es la Teoría Cognitiva propuesta por Beck (1979/1983), así como la de Abramson, que “tratan de explicar la depresión desde una perspectiva cognitiva y de vulnerabilidad-stress”. O esta ,de James Coyne, que sostiene que “la depresión es una respuesta a la ruptura de las relaciones interpersonales, de las que el individuo solía obtener apoyo social”.
Para mis compañeros del alma depresivos, resulta que, como se dice, el “mal de muchos es consuelo de tontos”: como verán esta afecta a 350 millones de personas en todo el mundo; o sea, se convierte en la principal causa de discapacidad , según la Organización Mundial de la Salud. Dicho sea de paso, para aliviarla… como yo… hemos probado casi todo.
Por muchos años me debatí y agonizé sobre la utilidad de escribir sobre mi condición. Ahora pienso que ojalá este se convierta en un simple destello y ejemplo, de muchos, que sirva para crear conciencia e incentivar una campaña pública que sirva para educar, ya no a los adultos, sino a padres y maestros, en detectar los síntomas de la depresión y el suicidio entre nuestros jóvenes. Las escuelas, mediante exámenes psicológicos, pueden convertirse en medios de soporte y solidaridad. No poseo las cifras de Panamá, pero en Estados Unidos, por ejemplo, cada día 16 jóvenes sucumben víctimas del suicidio.
Ezra Homsany
El autor es empresario 10 DE ENERO 2020