Hay hombres que por suerte, talento o ambos desafían las leyes gravitacionales de la historia, imponiendo su visión o dominio del mundo. Napoleón, por ejemplo, nació en una modesta familia de la isla de Córcega, esculpió un imperio y llevó la influencia de la Revolución Francesa hasta casi los confines de Europa.

Para no ir tan lejos, el mismo Barack Obama, de padre keniano, madre estadounidense, nacido en Hawái y criado unos años en Indonesia, se convirtió en el primer presidente de raza mixta de Estados Unidos (EU) y fue, a la vez, reelecto por cuatro años. Proporciones guardadas, tenemos a Donald Trump, de familia acaudalada que, contra todos los pronósticos, se convirtió en el candidato presidencial del Partido Republicano y, ya en campaña, sobrevivió a todo intento de desacreditarlo. Las cartas de copartidarios renegándo de él, grabaciones con explícito contenido sexual, conspiraciones reales o imaginarias con Rusia, etc., –que hubiesen sido la sepultura política de cualquier otro candidato– en él no hicieron mella. Es como un corcho político, aunque tratemos de hundirlo en un recipiente con líquido, si lo dejamos de presionar, vuelve a surgir con más fuerza que antes.

Apliquemos todo esto al plano internacional. En un interesante artículo de CNN, escrito por Stephen Collinson y titulado, más o menos, como Trump y el nuevo desorden del mundo, el periodista explica cómo Donald ha puesto patas para arriba las relaciones internacionales que tomaron décadas en fomentarse. Sobran los ejemplos. Empecemos con Rusia. EU le ganó la guerra fría, en 1991, convirtiendo el mundo en uno unipolar. La unipolaridad surge cuando hay una potencia que no tiene competencia. Los gastos militares de EU suman casi la mitad que los de todas las demás naciones combinadas. Se dice que la administración Clinton había prometido no integrar a la OTAN a los que habían sido países del Pacto de Varsovia. Promesa que no se cumplió. De ahí, el encono ruso.

Haciendo caso omiso a todo esto, Trump ha tratado a la Rusia de Putin casi como a un aliado, elevándola a una paridad con EU. A la OTAN que, desde 1948 había servido de contención al imperio soviético, la declaró irrelevante en el mundo de hoy e inefectiva para combatir el terrorismo. A Alemania, que ha sido pieza angular en la alianza europea, la ha tratado meramente como un competidor económico.

Tomemos a China, para muchos una superpotencia asiática y la segunda economía del mundo. China considera a Taiwán una provincia renegada. Las relaciones diplomáticas sino-estadounidenses se basan en que existe una sola China. Trump no solo ha cuestionado esta política, sino que habló por teléfono con la presidenta de Taiwán, que es la mayor afrenta que los chinos pueden recibir. Estos últimos son los que hablan de evitar una guerra económica y de la importancia del libre comercio, posición que antes era siempre defendida por EU.

¿Y qué decir de México? Creo que fue el presidente Porfirio Díaz quien dijo que la maldición de México era estar lejos de Dios y cerca de EU. A pesar de haberle quitado casi la mitad de su territorio, en 1848, y de contribuir en sabotear su democracia, en 1913, México siempre ha sido un fiel aliado de los estadounidenses. Ahora Trump habla de construir una barrera que México debe pagar; también dice que deportará a los inmigrantes ilegales e impondrá un arancel del 35% a las importaciones mexicanas. En cuanto al mercado común europeo, es el primero en felicitar a Gran Bretaña por abandonarlo, y hasta pronostica su fracaso. Como dice el proverbio chino: “que vivamos en tiempos interesantes…”.

EZRA HOMSANY

27 DE ENERO 2017