Mucho se escribirá sobre el saqueo generalizado y el vandalismo suscitado a raíz de la intervención norteamericana en nuestro territorio.

Los dias 20 al 23 de diciembre 1989 se sucedieron en un frenético furor colectivo de saqueos y pillaje, que no amaino hasta que quedaron muy pocos establecimientos comerciales sin destruir.

Estos acontecimientos tienen una escalofriante semejanza con lo ocurrido, hace casi doscientos anos, los dias dos y tres de septiembre de 1792, en París, durante la Revolución Francesa. En esa ocasión el ejercito prusiano amenazaba con invadir el territorio francés. Pánico, fervor revolucionario e histeria colectiva se combinaron para desbordarse en ejecuciones sumaria y desordenes públicos. Si bien es cierto que en Panamá no alcanzo la terrible intensidad sanguinaria de París, existen síntoma parecidos y preocupantes.

Como en Francia, el terror es iniciado y propagado por ciertos agentes del Estado. Tras de ellos, se alza la siniestra sombra del dictador que en su ilusión demencial piensa que es la personalización de la nación. Si es destruido, lo debe ser también el país. Las cárceles son forzadas. Antes, juicios y asesinatos; ahora, todos los presos son absueltos. Grupos paramilitares siembran el caos y el desorden. Pero no se limita a ellos. Por el contrario, se propaga y sumerge por casi toda la ciudad. Se desvanece la autoridad policiaca, y el individuo, presa de instintos primitivos y hostiles, vuelve al estado natural. Hobbes tenia razón «El hombre es el lobo del Hombre». La comunidad se desintegra en barrios, calles, donde las áreas se definen por el poder logístico de los ciudadanos que las defienden. Aparece la anarquía colectiva ocasionada por el derrumbe del orden militar y político que prevalece hasta entonces.

Surge el sentimiento apocalíptico, una época que se acaba y otra que nace al mismo tiempo…

Ezra Homsany Jueves 18 de Enero de 1990