24 ene 2018 – 12:00 AM
TEMAS: China
En el ímpetu y la euforia creados sobre todo en las esferas comerciales por nuestras nuevas relaciones diplomáticas con la República Popular de China, tendemos a olvidarnos de que sustentamos distintos sistemas políticos, judiciales y muchas veces hasta económicos. El crecimiento económico, tratándose de un país de más de mil millones de habitantes, la sitúa en el rango de segunda potencia mundial. Todos los países tratan de emularla. Pero no hay que olvidar que hasta hoy, el Partido Comunista chino mantiene un férreo control de ese país.
Es común la censura periodística, la internet está severamente intervenida, el sistema jurídico no es independiente del Partido Comunista, la libertad de asociación restringida y hasta se da el abuso político de la psiquiatría.
El aparato de censura, según la revista Time, emplea a 2 millones de personas. Es cierto que desde finales de las décadas 70 y 80 del siglo pasado, China ha realizado esfuerzos en adoptar una Constitución y leyes más semejantes al mundo occidental, pero su implementación no siempre ha logrado la voluntad política para sostenerlo.
Entre el 15 de abril y el 4 de junio de 1989, para los que no lo recuerden, se dieron masivas manifestaciones en la plaza Tiananmen en Beijing, donde se localiza el Gran Palacio del Pueblo que a la vez sirve de sede a la Asamblea Popular China.
La explosión social la provocó la muerte de Hu Yaobang, funcionario antes separado del gobierno al que se consideraba más liberal y progresista. Las concentraciones fueron apoyadas hasta por más de 1 millón de personas. ¿Cómo no recordar las imágenes televisivas de la euforia estudiantil y hasta la creación de lo que ellos llamaban la diosa de la Libertad?
La dirigencia comunista china estaba dividida en cómo responder al clamor popular. En un campo estaban los más conciliadores, y en el otro, los más defensores del viejo sistema. Este último estaba liderizado por Deng Xiaoping, la eminencia gris del Partido Comunista de ese entonces, que célebremente proclamó que si la supresión de las manifestaciones costaba entre 200 y 300 vidas, era un costo muy bajo por pagar para el progreso de las generaciones futuras. Ese 4 de junio, en la madrugada, comenzó la represión.
Hasta hoy, el Gobierno chino mantiene que fueron pocos cientos de fatalidades. Pero muy recientemente fue desclasificado un cable escrito el 5 de junio, un día después de la masacre, por sir Alan Donald, el entonces embajador de Gran Bretaña.
El diplomático citaba como fuente a un alto funcionario del Consejo Estatal chino. La cifra real fue calculada en 10 mil. Para la operación se trajo el Ejército 27 de la provincia de Xhanxi, cuyas tropas eran 60% analfabetas. A los manifestantes se les dio el ultimátum de una hora para abandonar la plaza, pero el ataque comenzó a los 5 minutos. Se les ordenó no perdonar a ninguno.
La masacre continuó hasta después de la primera ola de ataque.
El embajador escribió que se les anunció a mil sobrevivientes que podían escapar, pero sumariamente fueron ametrallados. En el sitio se encontraban ambulancias de la Cruz Roja, y hasta a esos vehículos se les disparó.
La gran mayoría de los cadáveres, o lo que quedaba de ellos, fueron incinerados.
La verdad siempre encuentra una forma de surgir.
EZRA HOMSANY
El autor es empresario