Es una suprema ironía que durante estos días, en que Manuel Antonio Noriega se acoge a casa por cárcel, después de estar casi 27 años detenido, se vuelva a hablar de otra Cruzada Civilista, esta vez contra la corrupción reinante en gobiernos elegidos democráticamente.

¿Será cierto, como dijera lord Acton en su repetida frase, que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe, absolutamente”? ¿Y que “los grandes hombres son casi siempre hombres malos”? O un poco más allá, ¿es la naturaleza humana egoísta o altruista? Aristóteles pensaba que la condición humana que hace que el hombre sea como es, existe independientemente del hombre, como individuo. O es como dijera Thomas Hobbes que: “El hombre es el lobo del hombre”.

A diario escuchamos hablar de la corrupción en algún país del globo. Sobre todo, de la corrupción política, que consiste en usar los poderes de los funcionarios gubernamentales para sacar provecho de una ilegítima ganancia privada. En política, la corrupción debilita la democracia y el buen manejo de la cosa pública. Es por eso que en los países con menos democracia y menos ingresos per cápita, la corrupción tiende a imperar.

Algunos expertos estiman que las coimas en el mundo se pueden calcular en un trillón de dólares por año. En el sector privado, la corrupción aumenta el costo de hacer negocios. Pero, como en todo, esta también tienen sus apologistas; ellos agregan que la corrupción reduce los costos, al obviar o reducir la burocracia. Eso díganselo a un país como Nigeria, donde se calcula que 400 mil millones de dólares fueron robados entre 1960 y 1999.

Se puede escribir una enciclopedia sobre los tipos de corrupción. Algunos incluyen el pago de coimas, por ejemplo, para lo que se requiere, al menos, dos participantes, y pueden darse de forma activa o pasiva. Otro es el tráfico de influencias, un proceso de selección en el que se influye para otorgar beneficios a un tercer partido, por ejemplo. ¿Suena familiar? A este la podemos llamar “de patrocinio”, porque favorece a los allegados a los funcionarios públicos. También tenemos el nepotismo, que beneficia a familiares; el fraude electoral, llamado así por que es la interferencia ilegal en una elección; y el crimen organizado no se queda atrás, igual que la corrupción judicial, etc.

El 76% de los estadounidenses cree que su gobierno es corrupto, pero Somalia y Corea del Norte son percibidos como los países más corruptos del orbe. En el índice de percepción de la corrupción (CPI, por sus siglas en inglés), publicado por Transparencia Internacional desde 1995, figuran 168 países. El CPI tiene una escala de 100 (muy limpio) a 0 (muy corrupto). En la medición de 2015, Panamá figura de número 39, siendo Dinamarca y Nueva Zelanda los países con menor corrupción.

¿Cómo podemos evitar o, al menos, bajar los niveles de corrupción? Hace casi dos siglos Thomas Jefferson, el prócer, estudioso y político estadounidense, escribió que la mejor garantía contra este flagelo era una prensa libre.

EZRA HOMSANY

03 DE FEBRERO 2017